La historia es una ciencia imperfecta. Nunca termina de escribirse. Lo cual, en cierto sentido, siembra dudas sobre su validez: al estar abierta a un proceso de evaluación sus conclusiones jamás pueden ser tenidas por inmutables. En ocasiones este cuestionamiento apasionado del pasado tiene elementos positivos: gracias a la aparición de datos y documentos la visión sobre los hechos que nos preceden cobra una perspectiva distinta. Otras veces sucede lo contrario: el interés político inmediato, que suele ser nefasto, interpreta a capricho el pretérito para fabricarse una línea de autoridades. Es lo que está ocurriendo en Sevilla desde que Zoido accedió a la Alcaldía hace ahora casi dos años.
Archivo de febrero 2013
La deconstrucción municipal
Todos los indicios nos conducen por la senda del Armagedón. El Papa ha decidido renunciar –las discusiones de los católicos al respecto son estériles; ellos mismos consideran que Su Santidad es infalible, lo que anula controversia alguna– y los meteoritos del espacio exterior han empezado a caer con estrépito sobre la otrora tierra de infieles, Ucrania, ahora convertida a la fe ortodoxa tras décadas de sufrir el comunismo, esa religión (materialista) de los ateos. Si es realmente o no el fin, lo veremos pronto, pero las señales no dejan lugar a dudas: en Sevilla cada vez que los de siempre piensan en montar una nueva verbena cofrade el cielo amenaza lluvia. Dios, probablemente, ha dejado de estar con nosotros. Quizás le hayan aplicado (a él también) la reforma laboral y anda en la cola del Sepes, antiguo Inem. Mientras todos estos signos anuncian un posible apocalipsis, el Gobierno de Rajoy ha decidido –por fin– sacar de la caja de los secretos la reforma de la administración local. En su contexto, es más o menos similar al final de los tiempos. Al menos, para los ayuntamientos.
Pedid y se os negará
Ha pasado desapercibido por coincidir con la huelga de la basura, pero el gobierno de Zoido (Juan Ignacio) aprobó el pasado viernes las cuentas generales del Ayuntamiento para el año 2013. Dan mucho de sí, entre otras cosas porque certifican el giro copernicano que se ha producido en esta ciudad en apenas tres años. El alcalde ha sacado adelante sus números de gobierno con la ayuda de sus veinte concejales y sin esfuerzo político alguno. Estupendo, dirán algunos. No tanto: no ha admitido ninguna de las enmiendas presentadas por los colectivos sociales y los grupos de la oposición, a la que esta semana, en un gesto de evidente diplomacia, Zoido calificó de “rémora” porque –sostiene– se dedica a criticarle. Probablemente cuando él estaba en la oposición estudiaba a Kant y no nos dimos cuenta.
La huelga de Magallanes
Sevilla parece un inmenso muladar. Los escombros y la basura se amontonan por las calles. Más de 3.500 toneladas de residuos están sin recoger. Se congregan en las esquinas como si fueran a misa de doce. La estampa no tiene nada de edificante. Ni ayuda en nada a mejorar el nombre exterior de la ciudad. La marca, que diría Zoido. La situación evidencia no sólo la existencia de un conflicto enconado, sino la incapacidad de los políticos para evitarlo justo cuando más falta hace. Cuando la propia utilidad de la política es lo que está en discusión en un país convertido en un enorme pudridero ético.