Cuando se viaja sin mapas a menudo acontece que el viajero se pierde. El sendero se desdibuja (si es que alguna vez llegó a estar definido) y el caminante queda al arbitrio de la suerte. Del azar. La primera sensación puede ser de desconcierto, de incertidumbre creciente. Incluso de temor. Pero a medida que pase el tiempo, si la realidad es propicia (con frecuencia, además, suele serlo), este sentimiento de inseguridad cósmica se convertirá en un placer extraño, similar al del dolor sublimado. O al del llanto depurador del alma.
Archivo de julio 2013
Viajar sin mapas
El mito más perdurable de toda la cultura occidental es aquel que nace a partir del acto físico, pero también espiritual, de moverse de un sitio a otro. De partir desde un lugar determinado para llegar a otro distinto, impar y extraño. La actividad que desde los antiguos denominamos viajar, incluida su variante más frecuente: perderse.
La espuma de los días
La infamia suele vestirse con terno de caballero respetable, como si acudiera todos los días a misa de a doce. Es curioso que en estos tiempos miserables, cuando la crisis saca de nosotros lo mejor y lo peor, algunos de los mayores impostores que he conocido parecen encarnar a seres perfectamente ordinarios, normales, educados. Hasta se diría que ejemplares. El impío espejismo de la educación y las costumbres nos permiten disfrazar nuestras miserias hasta convertir en sorprendente lo ordinario, que es una certeza: demasiadas veces el diablo se disfraza de hombre de paz.
El vacío, ese concepto
Contemplar la agenda oficial de eventos del Ayuntamiento de Sevilla alojada en su página web es la mejor metáfora de la situación anímica en la que se encuentra esta ciudad. Sólo aparecen dos previsiones y ambas están desfasadas: la festividad de San Fernando y el Corpus. Extraordinario. Cualquiera que quisiera diagnosticar el pulso vital de la Sevilla oficial se encontrará con este panorama metafísico: el vacío. ¿No pasa nada en Sevilla en julio?