La Gramática de Emilio Alarcos Llorach (España Calpe) se vende como churros. Ha sido uno de los libros que más se han comprado estas navidades. Cosas de las fiestas, supongo. Cualquier exquisito podría pensar que tal episodio es una muestra característica de la orgía consumista con la que nuestra sociedad –consumista en realidad durante el año entero– juega a las despedidas anuales. ¿Qué mejor que un libro apañado que poner en las estanterías de casa y que, de paso, también sirve para las discusiones superfluas en las que todo el mundo incurre cuando pretende dárselas de intelectual? Algo similar sucedió hace no demasiado con El Péndulo de Foucault, de Umberto Eco. También pasa con obras menores y de consumo raudo: ciertos libros de periodistas sabelotodo, biografías morbosas, compendios de cocina que nunca se usan a la hora de comer y algún que otro título con más ruido que nueces.
Archivo de marzo 2015
Inteligencia compartida
Tener talento en Sevilla es un problema. A veces, un pecado. Y, casi siempre, una carrera de obstáculos. Si te haces preguntas en esta ciudad corres el riesgo de que te tomen por un bicho raro.
La Noria del sábado en El Mundo.
La estafa cotidiana
Baroja, que siempre fue un moderno con boina, decía que en España las cosas siempre han sido igual: «Nuestros reaccionarios son de verdad; nuestros liberales son de pacotilla». Lo mismo ocurre con el empleo.
Las Crónicas Indígenas del lunes en El Mundo.
Degeneraciones
Me sumerjo estos días en la brutalidad lírica de Henry Miller, a quien tenía algo olvidado. Releo Trópico de Cáncer en una edición barata, de las únicas que podía permitirme el lujo de tener –tener siempre es un lujo– cuando además de más joven era mucho más pobre e indocumentado. Cualquiera que no tenga trabajo es, de facto, un indocumentado: no existe. Y así estaba yo hace unos años, sin laburo y entretenido con Miller y su fresa de ácido. Descubriendo al tiempo como el cáncer mortal que nos devora. Entendiendo que todos estamos en realidad muertos. O que nuestros héroes están enterrados o matándose.
La altura de la historia
Se atribuye a Aristóteles la idea de que la historia nos explica cómo sucedieron las cosas y la poesía cómo debieron suceder. La propia historia, que es el bucle de nuestra existencia como especie, nos ha enseñado, sin embargo, que se puede reescribir el pasado a nuestro antojo si contamos con la ayuda de la desmemoria, que en ciertas sociedades es una patología genética. En Sevilla, por ejemplo, es habitual.
La Noria del sábado en El Mundo.