Los sesudos escriben. Los aburridos escriben. Los genios y los aprendices escriben; lo hacen quienes prometen y los que, por mucho que ellos se las prometan muy felices, no tienen nada que hacer. El problema es: todo el mundo escribe. O por ser más exactos: demasiados redactan creyendo que escriben. Ya casi no se diferencia la ganga de la mena, la literatura de la escritura mecánica, procedimiento que consiste en poner una palabra detrás de la otra, sin más. Vivimos en los extremos: de la literatura puramente comercial, funcional, de consumo rápido, pasamos, sin término medio, a la escritura de alambrada, donde para abrirse camino uno debe encontrar la luz en la oscuridad con un esfuerzo estéril, obras escritas para uno mismo y los amigos de la capilla.
Archivo de julio 2015
Tabaco, crema, vodevil
Puntual como un inglés, profesional como un soldado, obstinado como sólo pueden serlo los músicos que llevan más de medio siglo en la carretera emulando a los viejos bluesmen del Mississippi, para los que no hay escenario secundario, sólo un público al que se debe dejar satisfecho. Bob Dylan llenó ayer el Palacio de los Deportes de Granada (4.000 personas) en el cuarto concierto de su acelerada gira española, que toca tierras indígenas tres años después del último jubileo.
Una disidencia (musical) publicada en el UVE de El Mundo.
Orgullo de aldea
Es un fenómeno inaudito. En el Sur somos derrochadores del talento y, al mismo tiempo, sus ladrones más disciplinados. Saqueadores profesionales. La cultura, ese milagro cotidiano, sólo se entiende por estos pagos indígenas en clave patriótica, como un ejercicio de manipulación política. En la república meridional que todavía llamamos Andalucía, la cultura sólo es una medalla dorada que se lleva con orgullo en el pecho el día de fiesta mayor en la marisma.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
Las prebendas de la corte
El marxismo dejó establecida una singular lectura de la historia que concibe la existencia de la humanidad como el resultado de un proceso basado en el materialismo y en el determinismo. Edward Gibbon pensaba otra cosa: «La historia es poco más que el registro de los crímenes, locuras y desgracias de la humanidad». No hay ciencia que explique la historia, aunque la historiografía aspire a ser científica.
Las Crónicas Indígenas del lunes en El Mundo.
La cumbre, en siete pasos
Ahora que se ha puesto de moda hablar del famoso sorpasso, uno prefiere escribir de cómo un muchacho de Úbeda, tan lejana y sola como la Córdoba de la Canción del Jinete de Lorca, alcanzó la cumbre literaria en siete pasos. Hablo de Muñoz Molina, por supuesto. Un autor al que los astros acompañaron en el camino, impulsado siempre por las casualidades y el generoso viento de la diosa fortuna, que terminó sentándolo en la Academia. Muñoz Molina siempre ha ido por la vida –literaria– como un tipo absolutamente normal. Todo lo contrario a lo que se supone de la figura de un escritor.