Los finales tienen mala prensa. Y fama de tristes. Pero a uno siempre le han gustado los finales, las estaciones término, las metas, el último tramo de las escaleras y los precipicios. Supongo que se debe al pavor ancestral que inspiran las cosas que aspiran a ser eternas, rotundas, indestructibles. La primera condición de los seres inteligentes consiste en evidenciar que en la vida absolutamente todo es finito. La muerte es la única cosa perdurable que nos concede el destino. Todo lo demás es temporal: la familia, los hijos, el trabajo, la salud, la rabia y hasta el espanto. Todos estamos encadenados a esta premisa fatal. Es un hecho: la vida se termina.
Archivo de febrero 2017
CaixaFórum Sevilla: Historia de una frustración
Un cuarto de siglo después la historia se repite: las Atarazanas permanecen sin rehabilitar y en la Isla de la Cartuja se inaugura un centro cultural. Sevilla, 2017. El CaixaFórum construido en el Sur del antiguo recinto de la Expo 92, de cuya inauguración se cumplen ahora 25 años, abrirá el próximo día 3 de marzo, más de dos años después de la fecha inicialmente prometida por la entidad financiera que le da nombre y con una potencialidad como foro de intercambio cultural sensiblemente inferior al proyecto original que en 2009 se presentó en sociedad. La apertura del nuevo complejo de la Caixa, al igual que ha sucedido en las fases anteriores del proyecto, sucesivamente frustradas a lo largo de más de un lustro, se celebrará con la presencia de las más altas instancias políticas, sociales y económicas de Andalucía, pero, al margen del protocolo, también será una muestra de cómo Sevilla sigue siendo incapaz de rentabilizar a su favor tanto su historia pretérita y su pasado más reciente.
Un análisis para El Mundo.
El derecho a desheredar
Cicerón dejó escrito para la posteridad que una de las señales de los tiempos calamitosos era que los hijos habían dejado de obedecer a sus padres. De los padres, sin embargo, el gran orador romano no dijo nada. El segundo indicio de la inminencia de una catástrofe social era que todo el mundo se había puesto a escribir libros. A juzgar por las evidencias, y tras la pasada noche de Reyes, estamos justo en uno de esos instantes: hoy día cualquiera se atreve a publicar una novela y los vínculos familiares, tan celebrados, se han ido a tomar viento. No nos da ninguna pena. Al contrario. Lo celebramos con fanfarria. Una muestra elocuente del cambio de valores que está aconteciendo en el campo de la sensibilidad familiar es el colapso que han sufrido las pasadas semanas, tan entrañables, las notarías del País Vasco –Euskadi, para los indígenas del lugar– después de que una normativa foral de 2015 haya enmendado el injusto derecho común, instaurando así la plena libertad de decisión de los progenitores –léase propietarios– para legar todos sus bienes a sus descendientes o dejarlos sin alpiste. Se acabó la estafa de la legítima, que, a pesar de su nombre, era absolutamente arbitraria.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
Relecturas
La relectura de libros antiguos es uno de esos placeres secretos que, con fidelidad recurrente, practica este articulista. Otros vicios son inconfesables; en cambio, éste puede ser proclamado sin que la reputación –herida ya desde hace tiempo– se vea afectada. Volver a leer las obras literarias que en algún momento nos deslumbraron es un divertimento propio de un rumiante descontento, una forma de escapar a la dictadura de la mesa de novedades, desconfiar de la promoción editorial y huir de la necesidad de estar al día, editorialmente hablando. Digamos que es un valor casi seguro: releyendo te arriesgas quizás a una decepción –no se lee igual un mismo libro– pero es bastante más improbable que te topes con un irremediable desengaño.