Las brújulas nos engañan. Los puntos cardinales mudan de sitio y lugar. Depende de dónde estés exactamente y, sobre todo, del tiempo. De la relatividad. Por eso los espacios que hoy nos parecen el centro del orbe, el lugar donde se concentran las fuerzas telúricas del mundo moderno, pueden estar, o haber sido, apenas un sucio paraje lleno de rocas, agua y vegetación triste. Ante tal descubrimiento nos sucede como a Borges con la ciudad de Buenos Aires: “A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires: la juzgo tan eterna como el agua y el aire”. A Nueva York le pasa algo parecido. Nos parece que siempre estuvo ahí, en el Noreste del continente americano, rotunda y eterna. Y sin embargo hubo un tiempo en el que aquella isla, donde después se han ido cruzado buena parte de las historias, grandes y pequeñas, que explican el pasado siglo XX, fue un yermo paisaje azotado por un viento tosco, duro, sin perspectivas.
Archivo de agosto 2017
Las guerras del taxi
Las revueltas que cada cierto tiempo quiebran la idílica imagen de Andalucía que nos vende el ‘susanato’ han pasado este mes de la sanidad y la educación al transporte de viajeros, donde los taxistas -que no son un derroche de virtudes cívicas- están en pie de guerra contra la competencia de los servicios de intermediación prestados por Cabify. En Málaga han hecho un paro patronal coincidiendo con la Feria. En Sevilla, meses antes, protagonizaron algaradas con el silencio tácito del Ayuntamiento del socialista Juan Espadas, que en esta cuestión, igual que en muchas otras, prefiere dejar que todo lo que tenga que suceder, suceda.
El Parnaso de Triana
Leemos en las gacetillas locales, que forman parte de nuestros divertimentos cotidianos -los extraordinarios, como comprenderán ustedes, no los vamos a contar aquí en público-, que la concejal encargada de Triana, el único barrio de Sevilla que se cree distinto a la capital de la República Indígena, siendo en realidad idéntico, está estudiando -seriamente, suponemos- una propuesta, vaya usted a saber de quién, aunque lo sospechamos, para crear en uno de sus benditos enclaves, tan elogiados por nuestros ‘poetas florales’, una especie de paseo de la fama dedicado «a sus hijos más ilustres». De entrada, no parece una denominación ‘inclusiva’, pero, como no somos de la policía lingüística del ‘susanato’, lo dejaremos pasar, aunque esperamos que no se repita; más que nada, por el porvenir político de la concejal del PSOE.
La Noria del miércoles en elmundo.es.
Si quiere su pensión, hágase diputado
“Los hombres” –escribe Josep Pla– “comienzan a volverse sensatos cuando lo tienen todo perdido. En política, ante un cúmulo de imponderables, no hay resistencia posible”. Si aplicamos esta máxima a la economía social, que no es la que se refiere a las cooperativas, sino la que rige nuestra vida cotidiana, llegaremos a la misma conclusión: no hay nada que hacer. Casi todo está perdido o perdiéndose. A la tristeza melancólica que produce observar las estadísticas salariales, menguantes para los más y ascendentes para los menos, se suma ahora el bucle infinito de las hipotéticas pensiones, la religión laica de nuestros últimos días en la Tierra. Cada cierto tiempo los políticos nos repiten los mismos mensajes apocalípticos: no hay suficiente dinero para todos, los derechos sociales del Estado del Bienestar son excesivos, conviene pensar en invertir en planes privados de jubilación (sin rentabilidad real y sujetos a los mercados especulativos) y el rosario habitual de advertencias bíblicas.
La Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
La forja secreta del diablo
“No temo nada ni quiero nada». Las renuncias nos convierten en seres indestructibles. Hunter S. Thompson (Louisville, Kentucky, 1937-Woody Creek, Colorado, 2005) escribió esto a una amiga en 1958. Empezaba a ser consciente de la dureza del oficio de escritor, que entonces se diferenciaba muy poco del periodismo. Ambos consisten en lo mismo: sentarse ante el folio y dejar que fluya el interior. Si tienes talento serás una referencia. Pero si sólo eres “un cagatintas” puedes ir y apuntarte al club de los rotarios, uno de los poderes fácticos que, según él, condicionaban el periodismo norteamericano. La suya siempre fue una senda alternativa, mayormente tremendista.