Azorín, el seudónimo de José Martínez Ruiz, articulista y elogiado cronista parlamentario, ha pasado a la historia (de la literatura) por varias cosas: la creación del término Generación del 98, de considerable fortuna; la invención de una particular mitología castellana, destilada gracias al conocimiento de los clásicos españoles y a la fecunda subjetividad del paseante que viaja, y el paraguas rojo con el que –cuenta Manuel Vicent– se paseaba por Madrid. Menos conocida es, en cambio, su visión de las infinitas “naciones de España”, término con el que tituló una de las piezas más logradas del volumen de ensayos España clara (Doncel, 1966).
Archivo de octubre 2017
‘Marisma strawberry’
Nuestra señora de los infinitos dominios presupuestarios, la dueña de los predios fecundos que han dado fama en el orbe a Andalucía, la Reina de la Marisma, vive días felices entre aceitunas y berries, que son las frutas del bosque de toda la vida, aunque los empresarios de Huelva ahora usen este nombre para denominar a las bayas. Por supuesto, Ella está encantada. Las bayas son deliciosas y los hombres de negocios le demandan, con una sequía en ciernes, que invierta el dinero (de todos) en infraestructuras para poder nutrir con el agua (común) sus explotaciones (privadas). Argumento: la fresa crea mucho empleo and all this stuff.
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
‘All La Glory’
La intuición se ha convertido en certeza. Sevilla ya tiene las mejores bandas de música ‘indie’ de España, aunque esta etiqueta, usada en exceso durante años, no signifique demasiado. Tuvimos la suerte de verlo justo antes de que ocurriera, en 2009, cuando un grupo de artistas locales presentaron la plataforma Sevilla Sound. Era un hermoso augurio. Gloria in excelsis Deo. La semilla solitaria de los pioneros había dado su fruto -agrio, por supuesto- en una nueva generación de excelentes músicos de rock que podían ser tan sevillanos, signifique esto lo que diablos signifique, como cosmopolitas. El mestizaje siempre nos hacen mejores.
La Noria del miércoles en elmundo.es.
La estelada del victimismo
España –ustedes perdonen, pero todavía se llama así– es un país extraño en el que buena parte de los ciudadanos niegan su condición de naturales del sitio en favor de la ancestral identidad de campanario, que es la que les vibra dentro del pecho cuando llaman a misa (patriótica) o el correspondiente ayatolá congrega a las masas –convencidas ya de antemano– para que ratifiquen sus delirios. Lo estamos viendo estos días en Cataluña, donde las (ex)autoridades autonómicas, los independentistas y parte de las autodenominadas fuerzas de izquierda han leído el golpe de autoridad del Estado, que no es más que la estricta aplicación de la ley, como un ataque contra las libertades democráticas. No hay tal, por supuesto.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
‘Nabokovia’
Nabokov se pasó la vida huyendo. Primero, de los bolcheviques; aquellos asesinos que venían a salvarnos. Más tarde, de los nazis: dementes uniformados que veían en la muerte de los demás la llama ardiente de un macabro renacimiento. Del único sitio del que no deseaba huir fue expulsado con violencia: el San Petersburgo de su lejana infancia, donde se crió entre estrictos rituales aristocráticos, tres idiomas –ruso, inglés y francés– y un marcado sentido de lo procedente, que es una forma de reconocer a su contrario, que lo acompañaría de por vida, igual que su intenso amor por las mariposas, una de sus obsesiones más longevas.