La sátira es la invención de un cínico: Menipo de Gandara, un tipo de cuya vida se sabe poco o nada y cuya biografía oficial responde más a la imaginación que a los hechos ciertos. Según las referencias, no siempre fiables, de los cronistas clásicos, fue un esclavo liberto que se enriqueció gracias a la usura y terminó suicidándose tras perder su fortuna, cosechada mediante el sacrificio de los demás. Fue también uno de los más desinhibidos hibridistas de su época: en sus violentas diatribas morales mezclaba sin problemas la prosa con el verso, lo trágico y lo risible, lo bello y lo vulgar. Velázquez lo pintó, muchos siglos más tarde, vestido como un mendigo con cara de truhán, embozado en una capa anacrónica, con la nariz de un borrachín y esa expresión de relatividad de quien sabe –porque lo ha vivido en sus carnes– que la vida no es más que una sucesión de aspiraciones pasajeras y que hasta los mayores señores del orbe son capaces de pedir fiado, como pordioseros, para costearse sus vicios.
Archivo de enero 2018
El absolutismo consultivo
Su Peronísima se parece cada vez más a la Reina de Corazones, la caprichosa monarca que, tomando como referente un naipe de la baraja inglesa, creó Lewis Carroll para Alicia en el País de la Maravillas. La única diferencia es que la cortacabezas de Carroll es una metáfora perfecta de la arbitrariedad del poder político, mientras que la Querida Presidenta, a tenor de sus últimas decisiones, resulta ser tan previsible como terrestre. Y carece de la magia por contacto, que es el mecanismo retórico que hace funcionar una figuración metafórica. Como no deberíamos ponernos estupendos, lo resumimos de otra forma: la Reina (de la Marisma) es una gobernante absolutista de libro. Aún más: enciclopédica. No tiene igual.
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
El alcalde terrestre
Ted Kennedy, el patriarca más longevo de la Camelot norteamericana, y el único que no falleció por muerte violenta, decía que en la política ocurre como en las matemáticas: todo lo que no es totalmente correcto está mal. Es el único reproche que podemos hacerle al alcalde de Pedrera, Antonio Nogales (IU), que ha sido protagonista -a su pesar- de la jauría en la que se ha convertido la política posmoderna, esa lucha infame por el poder que consiste en mentir sin freno a través de las redes sociales sin pagar ningún coste. El regidor, que desde hace una década dirige el ayuntamiento de esta localidad de la Sierra Sur, tierra dura de jornaleros y canteras, dijo para intentar calmar a una horda de vecinos irritados en contra de la minoría de origen rumano que también vive en el pueblo que a él le gustaría ver a mucha gente fusilada, pero que este camino no conduce absolutamente a ninguna parte.
La Noria del miércoles en elmundo.es.
Urnas abiertas, aceras rotas
La realidad no es monolítica, sino vacilante. Igual que la vida. Del resultado de las elecciones en Cataluña se han escrito estos días una cosa y también su contraria. Es lo que suele ocurrir cuando las incertidumbres son superiores a las certezas. Lo asombroso es que muchos de los que hace unos meses elogiaban a Rajoy por aplicar de forma suave el artículo 155 de la Constitución lo censuran ahora por haber convocado las elecciones en caliente, con las heridas del encontronazo entre trenes aún abiertas. ¿Había acaso otra opción? El presidente del Gobierno no nos inspira entusiasmo, pero si hubiera dilatado en el tiempo la convocatoria electoral del 21D se habría argumentado –especialmente por parte de Cs y del PSOE, que también son responsables directos de esta decisión– que dejaba a Cataluña sin instituciones políticas propias de manera indefinida, con el riesgo que tal precedente suponía.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
Eagleton: formas de leer el caos
“Las teorías van y vienen; pero lo único que persiste es la injusticia”. Terry Eagleton (Salford, Lancashire, 1943) está considerado uno de los pensadores más interesantes de nuestro tiempo. Todo un elogio para un intelectual calificado por algunos como neomarxista. Sus enemigos lo sitúan, con insistencia sospechosa, dentro de la filosofía radical, aunque sus fuentes vitales son básicamente pacíficas: sus experiencias personales como miembro de una humilde familia de inmigrantes en el territorio obrero del Gran Manchester. Las influencias sentimentales, en cambio, lo aproximan al cristianismo humanista, herencia quizás de sus ancestros irlandeses. Uno diría que Eagleton, además de todo esto, es también otra cosa: la muestra más patente de que los antiguos valores republicanos –cívicos más que políticos– son una excelente guía para poder diagnosticar los males de nuestra sociedad, aunque no garanticen siempre el éxito a la hora de tratar de ponerles remedio.