Gil de Biedma era un tipo extraño: se hacía preguntas en un país más bien dado a las proclamas identitarias y solía matizar mucho sus opiniones en lugar de lanzarlas, como cuchillos, en dirección a la yugular del interlocutor. Ambas cosas, unidas a algunos excelentes poemas y a su leyenda de homosexual y noctámbulo, ejecutivo de una compañía de tabacos en horario diurno, hicieron lo necesario para situarlo entre los mejores escritores en español de la segunda mitad del pasado siglo. Su obra, que una parte de la crítica sitúa como antecedente de la llamada poesía de la experiencia, aunque algunos de sus más significados nombres dejaran de tenerlas hace tiempo, es sin embargo un monumento –anómalo dentro de la tradición española– al prosaísmo poético, en este caso en su variante más elegante.
Archivo de febrero 2018
Julio Manuel de la Rosa, la prosa pacífica
No existe nada más inverosímil que la muerte. Sobre todo cuando se trata de la propia. Uno puede imaginársela en abstracto y teorizarla, pero no vivirla -más allá de un pálido instante- porque cuando uno se muere de verdad, en serio, deja de ser él para convertirse en otro. Julio Manuel de la Rosa, insigne escritor de provincias, no hacía vida literaria; escribía. No perseguía a los editores; leía. Y en el entreacto entre estas dos ocupaciones básicas también hacía clases -por decirlo a la manera de Nicanor Parra, que le antecedió unas semanas en este trance de irse al otro mundo- en la escuelita de Periodismo y Turismo que la familia Uruñuela tenía abierta en la calle Muñoz y Pabón de Sevilla a modo de sucursal de la Complutense bajo el nombre -entonces poderoso- de Centro Español de Nuevas Profesiones. Repárese en los dos adjetivos. Allí impartía redacción y enseñaba literatura con la misma naturalidad de quien se toma un café con leche: sin darse importancia.
Un obituario para elmundo.es
San Telmo, ‘ora pro nobis’
Leonardo Boff, uno de los padres de la teología de la liberación, sostiene que el poder dentro de la Iglesia, heredera tácita de la estructura cesarista romana, está basado en una paradoja: desde hace siglos se presenta a sí misma como una organización divina pero está sumergida en un océano de males terrenales. Podríamos decir lo mismo del susanato que gobierna la República Indígena. Predica la bondad y la igualdad, pero practica la clasificación maniquea entre buenos y malos y disfruta del poder de absolver los pecados ajenos para disimular los propios. Tiene además facilidad para reproducirse. Y confunde la Andalucía real con la oficial. La primera casi siempre suele ser víctima de la segunda.
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
La música ambiental
Los políticos suelen decirle a la gente aquello que desean oír para llegar al poder y, una vez allí, terminan haciendo lo contrario. Entre las necesidades generales y las particulares, que básicamente son las suyas, no dudan: su interés está primero. Las generaciones más recientes de esta estirpe -hablamos de una clase endogámica que se perpetúa a sí misma- tienen además un pánico ancestral al riesgo. Sus mayores podían ser mejores o peores, ladrones u honrados, pero en mayor o menor medida asumían algún tipo de responsabilidad por sus actos. No es el caso de los benjamines: la posibilidad no ya de perder unas elecciones, sino de no gozar de la popularidad que ambicionan -que es toda- les convierte en conservadores prematuros. Si hay riesgo, hay vida (inteligente). Sin atrevimiento sólo cabe la rutina.
Las pensiones ‘low-cost’
Baroja dejó dicho que los españoles tienen una solución infalible para todos los problemas: ignorarlos. Se trata de una fórmula tan eficaz como terminal. Muerto el perro, ya no hay rabia que le sobreviva. La frase describe con milagrosa exactitud la conducta de nuestros políticos ante el último gran asunto nacional; obviando, claro está, el serial catalán. Se trata de la decisión del Gobierno de pedir un préstamo de 15.000 millones para pagar este año las pensiones. La decisión confirma los peores augurios: la Seguridad Social carece de fondos suficientes con los que asumir sus compromisos (a corto plazo) con los mutualistas públicos, que suman 8,6 millones de personas, el 18% de la población. Este jubiloso club consume el 40% del gasto social, según el presupuesto de 2017. Sus nóminas equivalen al 11% del PIB.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.