En estos tiempos de mentiras e hipocresía, cuando hasta los delincuentes dicen ser víctimas de los demás, describir la guerra como una forma de arte sublime –aunque el cuadro incluya la violencia y la sangre– puede entenderse como una provocación impertinente, pero éste es el mensaje que nos han legado casi todos los grandes tratadistas sobre la materia, empezando por Carl von Clausewitz, al que todavía se cita más en las escuelas de negocio que en las cátedras, obsesionadas con sustituir la verdad de las cosas por la dictadura de lo correcto. El historiador prusiano, algo así como el Maquiavelo de la ciencia militar, podía ser frío, cosa que se le exige a cualquier general, pero no cabe decir que practicase también el cinismo. Decía que un conflicto armado, en contra de lo que se cree, tiene una indudable base racional, aunque lo aconsejable, por supuesto, fuera evitarlo. La confrontación política es una fórmula. Una variante (discreta) de la guerra en la que aparecen los mismo elementos que encontramos en cualquier campo de batalla: interés, odio y suerte. Todos juntos.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
Deja una respuesta