Creer en una nación es sencillo: consiste en tener fe ciega en un determinado relato de la historia, generalmente manipulado. Sevilla debe ser una nación no declarada, sin ningún estatuto que la avale, porque sin creer excesivamente en sí misma -para hacerlo tendría que ser capaz de mirarse de cuerpo entero en el espejo del desencanto- no deja ni un solo día de reivindicarse con la intensidad de las viejas aldeas, encerradas en un bucle infinito. Es un mal parecido al del Kurtz de Conrad: ¡el horror!
[La Noria del sábado en El Mundo Andalucía]
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