No hay nada que provoque más conflictos que lo evidente. La realidad suele ser unívoca, pero la subjetividad (interesada) permite a algunos fingir no verla, facilita a otros la posibilidad de negarla y, en un ejercicio de filibusterismo social, tolera que muchos más la discutan. El 21D, planteado por las guerrillas independentistas como el inicio de la vía eslovena hacia lo que ellos llaman la liberación nacional, pero que tiene todos las trazas del fascismo posmoderno, ha terminado con la sensación de que el movimiento soberanista ha fracasado en su pretensión de incendiar Barcelona y convertir la república amarilla en materia cierta. No ha sido el caso, como demuestra el célebre episodio del mosso que explica a gritos a un pobre ingenuo que su soñada república, en efecto, no existe ni existirá. Cataluña, por fortuna para buena parte de catalanes, sigue siendo España. ¿Acaso hay algo más español que los collons que el policía autonómico mentaba enfáticamente para sacar de su delirio al gudari forestal?
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
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