La política sevillana tiene una irrefrenable tendencia a la teatralidad, que es esa costumbre local que consiste en hincharse en público sin motivo. Aquí todo es escénico: las puestas de sol, las estampas de los solitarios faroles en los pequeños callejones, los egregios puentes que surcan -hacia ningún sitio- la dársena del Guadalquivir y, por supuesto, las espadañas que nos recuerdan que habitamos en un enclave elegido por los dioses y la naturaleza, aunque no siempre por la inteligencia. Con este patrimonio inmaterial por bandera ya se figurarán ustedes, queridos indígenas, que para nuestros sucesivos alcaldes es más importante contar con don de gentes -aunque tal título no siempre concuerde con sus méritos- que con lo que desde hace cierto tiempo se viene llamando «un modelo de ciudad».
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