La política peninsular, ese caos que nos obliga a votar casi sin descanso, sin que esto signifique que seamos más demócratas, se parece cada vez más al retrato de las Españas que en 1645 –año del Señor, como todos– inmortalizó Francisco de Quevedo en La hora de todos o la Fortuna con seso, una fantasía moral que, a través de la ficción alegórica, nos describe un mundo imaginario donde la Fortuna transmuta el desorden reinante en rigor y convierte la hipocresía en verdad manifiesta, trastocando así todas las convenciones políticas y sociales. El resultado es bastante peor al desorden ancestral. El mensaje del libro es que un mundo justo donde todos dijéramos lo que pensamos, y obtuviéramos aquello que en justicia nos merecemos, puede ser aún más ingobernable que el real. Quizás por eso nuestra política, basada en las artes del teatro y la mentira, necesita incidir una y otra vez en los mismos espejismos. Llevamos así meses: las izquierdas (supuestas) mantienen su eterno enfrentamiento familiar mientras las derechas tratan de sumar fuerzas (desde la diferencia) para un asalto al poder.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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