La eterna batalla cultural sobre la identidad de España, sea cual sea el bando al que cada uno pertenezca, e incluso si no se profesa predilección por ninguna de las orillas, tiene algo de vieja diatriba mística. La diferencia con los tiempos antiguos es que, en lugar de formularse al modo de una discusión metafísica, donde las armas del duelo son las ideas y los argumentos, la diatriba se ha convertido en una fábrica de sambenitos para calificar como un adversario mortal a quien disiente. Sin matices. Sin razón. De una vez y para siempre. Es un signo de estos tiempos de nueva inquisición: los dogmas no se discuten, se acatan o se desafían. Todo aquello que no cabe traducir en palabras, escribió Wittgenstein, forma parte del espacio de lo sagrado. Y la indisolubilidad o la plurinacionalidad de España, elijan la formulación que prefieran, es la herejía recurrente de un persistente auto de fe. De ahí que el viraje que Génova ha dado con Feijóo sobre Cataluña, como vago remedio ante su irrelevancia, haya hecho temblar el suelo de la carrera electoral en Andalucía, la más incierta desde que existe la autonomía. El efecto mariposa, en este caso, ha sonado como el pisotón de un elefante.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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