Los rostros en política son como las estatuas: se esculpen. Los próceres tienden a buscar a algún artista que los idealice para una eternidad que, inevitablemente, será pasajera, pero la máscara que dibuja la verdadera faz de los políticos no son sus aspiraciones (mayúsculas) ni sus palabras, sino sus hechos. Desde que se filtró la noticia de que María Jesús Montero iba a ser la ministra de Hacienda (sin Economía) del Gobierno socialista hubo algunas almas cándidas que interpretaron su designación como un gesto del presidente hacia Susana Díaz, la Reina de la Marisma. Nada más lejos de la verdad: Su Peronísima no sólo no propuso este nombramiento, sino que se enteró más tarde que la propia Montero, que al recibir la llamada de Sánchez, el hombre de la mochila al que el destino ha colocado en la Moncloa, preguntó si contaba con la venia de la Querida Presidencia.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
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