Las autonomías, en contra de lo que puede parecer, son -como decía Borges de la ciencia- un género de la literatura fantástica: aquel que confunde lo onírico con lo real y no distingue entre los sueños y la vigilia. Es patrimonio de las ensoñaciones, pese a su falta de adecuación a la realidad, condicionar nuestras vidas. Desde la instauración de la democracia en España, la discusión sobre el problema territorial es el factor que condiciona toda la vida política, orillando al resto de asuntos. Se trata de una discusión tan artificial como relevante. Las cosas nunca son como son. Son como nos parecen, decía el dramaturgo italiano Luigi Pirandello. La causa de este fenómeno, en el que la discusión, lejos de plantearse en términos objetivos -la eficacia de un determinado modelo de descentralización-, acostumbra a abordarse desde la perspectiva sentimental, con exageraciones que se extienden a la identidad colectiva y a la pertenencia cultural, se debe, básicamente, a los intereses de las élites políticas de Cataluña y Euskadi, que mediante proyectos identitarios excluyentes -antes nacionalistas; ahora independentistas- cuestionan una y otra vez un orden que, aunque la Constitución no cerró por completo, tras cuatro décadas de autogobierno debería ser un asunto más que amortizado.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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