La cosa tiene mérito: una semana después de que los susánidas –la Cofradía Apocalíptica de la República Indígena, conocida también como la Iglesia de la Reina (marchita) en sus últimos días– admitieran que el Parlamento no es “un lugar de trabajo”, los socialistas (o lo que queda de ellos) han contribuido con su rebeldía (pensionada) a satisfacer a las derechas, que deseaban aprovechar la comisión de investigación de la Faffe para organizar un paseíllo previo al 10N. No es la primera vez –ni será la última– que los partidos usan la autonomía para fines políticos inmediatos. Los socialistas han sido cuatro décadas maestros en el arte de la patrimonialización institucional, cuya herencia (consentida) demuestra que el cambio no ha venido, ni vendrá, condenándonos al escabeche. Nihil novum sub sole, como dice (en latín) la Vulgata. Lo novedoso no es la intención de PP, Cs y Vox de poner el foco en un caso que es la metáfora del absolutismo peronista, sino que los responsables de esa revolución, cuyo grito de guerra era “Prostíbulos para todos”, se nos pongan dignos en la cámara, se hagan las víctimas y dejen plantados a los que, nos guste o no, son los representantes de los ciudadanos.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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