Los gudaris catalanufos, unidos por sus miedos y frustraciones en la coalición Junts pel Sí, proclamaron finalmente, después de un mar de dudas, avances, retrocesos y negociaciones fenicias para que los demás incurrieran en su mismo pecado, que consiste en pretender legislar fueros (imperiales) sin respetar las leyes realmente vigentes, su república imaginaria en una asamblea con mucho terciopelo rojo y la mitad de los escaños vacíos. Ellos cantaron el himno patriótico, contaminado quizás para siempre por su obscena utilización partidaria, en una sala noble. En la calle algunos fanáticos del prusés lo festejaron con cava y gritos de Visca Catalunya, como si hubieran conseguido la copa rota de un torneo de fútbol. Hasta TVE, controlada por Rajoy, hablaba de «un día histórico», como si la proclamación de la nada, además de inconstitucional y efímera, tuviera alguna validez. La historia, ya lo sabemos, también se escribe con las infamias, pero estos lapsus expresivos dan una idea de la extraordinaria perversión mental que, como una radiación, ha conseguido el nacionalismo.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
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