En literatura todo está inventado, pero no de la misma forma. Cada escritor es una réplica de alguien anterior (llamémosle la tradición) que, sin embargo, aspira a conquistar una originalidad imposible. En esta búsqueda, de repente, se topa con su verdad. Entonces es cuando descubre su voz, su talante, su personalidad. El timbal de su espíritu. A Baroja, el ogro de Itzea, le debemos infinitas horas de felicidad consumidas en el deleite del sublime arte del pesimismo, que es el mayor realismo que existe. El escritor vasco ha pasado a la historia por sus novelas en trilogías (conceptuales, no narrativas) y su asociación –relativa; porque fue un individualista furioso– con la Generación del 98. De entre los libros que escribió los que preferimos, sin duda, son aquellos en los que cultiva un memorialismo más cercano al periodismo (de autor) que a la enunciación recurrente de los poetas, que cuando escriben en prosa creen –ingenuos– que al mundo le interesan sus sentimientos, en vez de sus peripecias.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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