Los fanáticos y los posmodernos, en apariencia antagónicos, son descendientes de una misma estirpe familiar. Los primeros creen que las ideas deben ser fijas, estáticas, supremas. Los segundos proclaman no confiar en ninguna certeza, salvo en la negación (sistemática) de la realidad. Para los enamorados de su propia causa, que suelen confundir con la bondad universal, las cosas no son como son. Son de la manera en que deberían ser (en función de su capricho). Los relativistas piensan lo mismo por un camino inverso: nada es verdad porque no existen las certezas. Ambas cofradías huyen del realismo, que es la madre del conocimiento, para abrazar la comodidad de sus prejuicios o instalarse en la indiferencia.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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