El lugar común sostiene que don Quijote, tras unas fiebres, transmutado de nuevo en el bueno de Alonso Quijano, su esqueleto de carne y hueso, murió en su pueblo (honor que se disputan un sinfín de localidades manchegas, desde Argamasilla de Alba a Villanueva de los Infantes) pidiendo perdón por sus locuras, testando en tiempo y forma en favor de los siervos de su menguante casa y arrepentido de sus obras tras una milagrosa confesión. Eso dicen, pero no es cierto. Ni siquiera aunque así esté escrito, con una ternura que todavía nos hace temblar, en el último capítulo de la gran novela cervantina, que es el mejor resumen de lo que para muchos todavía significa ese concepto difuso llamado España.
Las Disidencias del martes en #LetraGlobal.
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