El amor se nos vende como un sentimiento espiritual, pero su origen es, sobre todo, instrumental. Su Peronísima debe querer con toda su alma -piel incluida- a los premiados con las medallas y títulos de hijos predilectos de la República Indígena, porque la cosecha de este año, que no es mejor que la de otros, demuestra que el primer paso para conseguir su afecto es aceptar su (santa) voluntad. De eso se trata. O sea, que las medallas las da Ella a quien quiere y ya está. Punto. Todo el que veranee en Rota, por ejemplo, merece una. ¿Por qué no? Compréndanlo: no ignoramos el talento de algunos galardonados -a otros, en cambio, la relevancia no se la encontramos por ningún costado-, pero, dado el sesgo de la designación, ad maiorem regina gloria, pensamos que tiene más prestigio que el peronismo rociero te hurte una insignia a que te la imponga como una cadena. Como suele decir la megafonía de los aeropuertos, Ella sabe usar los metales sagrados de la patria «por su propio interés».
Las Crónicas Indígenas del domingo en El Mundo.
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