Una de las tradiciones más extendidas de la autodenominada izquierda alternativa –aquella que, por contraste con la izquierda de salón, aspira a pisar las mullidas alfombras que cubren el pavimento de los palacios pero todavía no ha conseguido pasar de las caballerizas– consiste en cambiarle el nombre a todas las cosas. Piensan que así transforman la realidad. Confunden el hecho –indudable– de que el lenguaje configure nuestro pensamiento con el poder de moldear la verdad por el procedimiento de alterar a capricho su denominación. Toda su filosofía –no cuesta nada ser piadosos– se resume en la simpleza: están convencidos de que si modificamos arbitrariamente el significado de los referentes cambiaremos la realidad, que en el fondo no es sino una convención social de carácter reversible. Estamos, pues, ante una patología posmoderna.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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