Acostumbra a decirse, sobre todo entre el gremio de magos e ilusionistas, que la mejor forma de ocultar algo es dejarlo a la vista. El ojo que mira no da importancia a lo que parece natural. En este sentido deberíamos leer la crisis de gobierno del Quirinale, que antes de que muera este agosto de las siete plagas bíblicas se ha saldado con ajustes cuya importancia política, digan lo que digan algunos heraldos, es relativa, por no decir insignificante. El Adelantado Marín, envidia de las academias, ha hecho honor a su epíteto épico y nos ha deleitado con un cambalache de competencias merced al cual su partido -Cs- pierde poder (el reparto de los fondos europeos) en favor del PP, fuerza dominante dentro de las derechas reunidas. De paso, recorta el vuelo a la consejera de Igualdad al retirarle todas las políticas de juventud -divino tesoro- y parte de violencia de género. Normal. El único mérito de la susodicha tras año y medio de legislatura ha sido participar en un video (de partido) con el niño naranja, Albert Rivera, astro perdido en el confín de la galaxia, defendiendo «los jamones de Huelva». Un hito en la historia de la comunicación política por el que siempre la recordaremos con cariño.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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