El Correo de Andalucía (Editorial Sevillana S.A). En este diario, el decano de la prensa de Sevilla, fundado en 1899, comenzó todo. Carlos Mármol entró en el verano de 1990 por vez primera en una redacción. Primero escribió un tiempo en la sección de Cultura. Posteriormente fue miembro del equipo periodístico que cubrió la celebración en Sevilla de la Exposición Universal de 1992. Posteriormente comenzó a firmar artículos en la sección de Opinión. En 1992 fue contratado como redactor de plantilla de la sección local. En ella ejerció como cronista municipal durante más de un lustro (1993-1999) y también como reportero. En sus páginas empezó a escribir la columna La Noria, dedicada a la actualidad de Sevilla. Su trabajo le valió ser finalista del Premio de Periodismo Nuevos Lenguajes por una serie de reportajes titulada Territorios, dedicada a la evolución urbanística de Sevilla. También escribió artículos y críticas literarias en La Mirada, el suplemento cultural del periódico. Abandonó la redacción del periódico en 1999 por decisión propia para incorporarse, como directivo, al equipo que fundaría Diario de Sevilla.
EL CORREO QUE SIEMPRE HAS QUERIDO
Yo tenía diecinueve años, que, según Leonard Cohen, es la edad de los poetas aunque no hayan escrito todavía ni un maldito verso. Venía con las manos llenas de comas que no sabía dónde poner y una cabeza revuelta con los sueños que el tiempo ha ido desbaratando. Llegué solo. Me paré ante la puerta. Carmen me hizo pasar: “Sigue hasta el final, niño, que es donde está la redacción”. Dejé atrás el vestíbulo, enfilé el pasillo (breve) e irrumpí, con más inconsciencia que certeza, en una sala amplia y vacía, sujeta por columnas llenas de recortes y almanaques, donde un par de tipos se lanzaban papeles desde los escritorios. Tiraban a dar. Uno de ellos se había hecho un sombrero con el periódico y retaba al otro, algo más joven, para que colara el gurruño de papel en la papelera. Lo intentó: la bola de periódico rebotó en el borde y cayó al suelo.
–»Sentrañi, el triple no te ha salido, pero no te preocupes que es cuestión de insistir».
De repente repararon en mi presencia:
–»Hola chaval, ¿vienes al paraíso?».
Tenían razón, pero entonces no lo sabía. Desde luego, no lo parecía. Yo había llegado allí gracias a un autobús –el 2– que hacía la ruta de los barrios obreros del Norte de Sevilla, desde el Hospital de las Cinco Llagas hasta un lugar ignoto llamado Polígono de la Carretera Amarilla, donde estaba la avenida de la Prensa, en la que el único periódico que había era aquel. Todo lo demás eran fábricas, naves, almacenes. En el trayecto veías la Sevilla que nunca sale en las estampas: peñas, floristerías tristes, comercios de baratijas, bloques de pisos sociales, carreteras desconocidas, calles que parecían todo menos calles, páramos de albero, tierras de todos y de nadie. La parada quedaba cerca del único bar en metros a la redonda –el Santiaguito– y, al fondo, al otro lado de la avenida, veías aquel edificio desvencijado con un anuncio americano en el techo.
El cartel no dejaba lugar a dudas, pero la cosa distaba de estar clara: había ventanas rotas en los pisos superiores, algunos coches vencidos en el aparcamiento. El sitio daba esa sensación de dejadez que tienen las cosas usadas. Las cosas que se quieren mucho. Acaso, demasiado.
Carlos Mármol. El Correo que siempre has querido. [Noviembre 2013].