La capacidad para innovar, como decía Paul Valery de la sintaxis, es una extraña cualidad del alma en estos tiempos posmodernos. Especialmente en el caso de las ciudades, esas obras de arte imperfectas. Recordarán ustedes, queridos indígenas, que una de las grandes motos que intentó vendernos a los sevillanos Juan Espadas, el quietista, al llegar a la Alcaldía, gracias a aquella bendita carambola del destino que nada tuvo que ver con sus méritos políticos, sino con los horrores de Zoidus, era que iba a convertir Sevilla en una urbe inteligente. En una smart city. Tres años y medio después podemos decir sin temor a equivocarnos que Espadas no ha logrado su objetivo y que todo aquello era escabeche en rama.
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