El periodismo es, sobre todo, una cuestión de método. Una artesanía exigente. Y entre las herramientas para ejercerlo, además de la curiosidad, el dominio de la escritura, los contactos y la capacidad de análisis, que es lo que menos abunda en estos últimos tiempos (tan digitales) del oficio, figura un rasgo personal: la humildad. No es que creamos que todos los grandes periodistas tienen que ser humildes –hay ejemplos que desmienten esta máxima–, pero sí pensamos que sin una cierta actitud terrestre, atenta a las pasiones humanas, que es lo que de verdad hace girar el mundo, es difícil cumplir la misión de contarle a la gente lo que sucede a la gente, como decía Scalfari, el director de La Repubblica, o descubrirle a los lectores que desconocían que Lord Jones estaba vivo –como escribiera G.K. Chesterton– que Lord Jones ha muerto. La consagración de un periodista, que es tarea azarosa y requiere mucho tiempo, se consume, igual que una cerilla, en unos segundos, pero cuando la llama arde –aunque dure sólo un instante– tiene la misma potencia que el sagrado fuego olímpico. Gay Talese (1932) ha visto arder esta lumbre en el pebetero del periodismo muchas veces.
Las Disidencias en Letra Global.