“Había descubierto que la muerte es algo cierto, que yo también me iba a morir alguna vez. Eso es, en realidad, morirse: cuando, tras unos cuantos años de saber teórico, llega ese momento fatal en que uno entiende que es inevitable. Una revelación idiota: descubrir de pronto lo evidente, hundirse en el descubrimiento. Ahí empieza de verdad la vida. Los Reyes Magos son los padres, los hombres son mortales”. El desengaño del final de la infancia se asemeja bastante a la decepción que causa, en el caso de poder contemplarla de forma consciente, cosa que no siempre sucede, la hondísima certeza de la muerte. En ambos casos nos encontramos con un hecho equivalente: la aceptación (amarga) de que nuestros anhelos, sean grandes o diminutos, heroicos o prosaicos, están condenados de antemano –igual que nosotros mismos– a extinguirse sin haber llegado a ondear por completo, como si fueran banderas estériles.
Las Disidencias en Letra Global.
