“En Madrid nadie hace nada, lo que se dice nada, ni siquiera castillos en el aire. Se levanta uno al mediodía, se almuerza, se pasea, se cena, se va a alguna velada y se acuesta uno a las dos de la madrugada, para despertarse en el momento en el que el reloj de Gobernación marca las doce”. El retrato de la vida cotidiana en capital de España que hace Louis Teste en vísperas de la Primera República, cuando Amadeo de Saboya, hijo del rey de Italia, ocupaba el trono de las Españas –la peninsular y la de ultramar–, antes de renunciar a tan alta magistratura tras varios intentos de atentado, pero más escandalizado aún por la belicosidad extrema de nuestra política –“¡Ah, per Bacco, io non capisco niente. Siamo una gabbia di pazzi!”–, es un parteaguas dentro de la tradición literaria de los libros acerca de España escritos por los primeros viajeros foráneos. Hasta entonces (1872) los curiosos impertinentes –por decirlo a la cervantina manera– que habían pasado por los senderos de la Península Ibérica daban noticia a sus compatriotas de un país exótico (a ojos europeos) y absolutamente incomprensible.
Las Disidencias en The Objective.


