Hay quien piensa que desde que la tecnología ha cambiado, presuntamente para siempre, el paradigma cultural tradicional, basado en la lectura y en la escritura, sustituyéndolo primero por una sucesión infinita de sonidos e imágenes (gracias a la invención de la radio, el cine y, sobre todo, la televisión), y reemplazándolo después por la civilización digital, la jerarquía de los géneros literarios tradicionales, que Aristóteles clasifica en su Poética distinguiendo entre los nobles –epopeya, tragedia y lírica– el resto, ha pasado, sin remedio, a mejor vida. Primero hubo quien creyó –es el caso del viejo Borges– que el nuevo género de su tiempo debía ser la literatura fantástica, considerada, a su juicio, como una rama más de la venerable metafísica. La instauración del dogma científico desveló otra cosa: iban a ser el empirismo, que es el estudio de lo concreto, y el materialismo, sobre todo en su vertiente política como antídoto del idealismo, los que configurarían durante varias décadas el pensamiento y los hábitos de las sociedades occidentales.
Los Aguafuertes en Crónica Global.