Nació, según confesión propia, en una casa oscura donde para ver la luz del día había que trepar hasta la azotea. Murió dejando 50.000 libros, acaso más, distribuidos por siete estancias diferentes y una legión de discípulos. También de lectores. Porque de las múltiples herencias que devienen de la actividad intelectual de Castilla del Pino –aquejado del complejo de Prometeo: la búsqueda del eterno conocimiento– sobresale su producción literaria, enfocada salvo obras puntuales (El discurso de San Onofre o La alacena tapiada) en busca de una suerte de memorialismo agrio (sus recuerdos dieron para dos magníficos volúmenes: Pretérito Imperfecto y Casa del Olivo, escritos con ocho años de diferencia) en el que hacía suya la frase de Ortega y Gasset: “Un espectador es aquel al que casi todo le mueve a reflexión”.
Archivo de marzo 2017
Oda al ‘guindilla’ que perdimos
Hace más de un cuarto de siglo, cuando todos éramos más jóvenes y probablemente más felices, en Sevilla existía la costumbre (indígena, por supuesto) de colocar todos los fines de semana en la calle Trajano a un guindilla –dícese del nombre cariñoso que reciben los agentes de la guardia municipal en Luces de Bohemia, la maravillosa obra de Valle Inclán– para impedir el acceso en coche al corazón de la ciudad. Nuestros costumbristas, tan amantes de las viejas fotos en sepia, nunca han elogiado lo suficiente semejante estampa, pero lo cierto es que tenía algo de marcial improvisación –la autoridad señalaba con el dedo la dirección de salida que debían adoptar los vehículos– que se ha perdido por completo. Casi nos entran ganas de componer una endecha al guindilla que perdimos, pero nos contendremos.
La Noria del sábado en El Mundo.
CaixaFórum: el ‘iceberg’ de la Cartuja
Los aparcamientos de Guillermo Vázquez Consuegra son extraordinarios. El arquitecto sevillano, Premio Nacional de Arquitectura y Medalla de Oro de la Arquitectura Española (CSAE), dejó escondido en la restauración del Palacio de San Telmo, un edificio histórico que alberga la Presidencia de la Junta de Andalucía, un párking subterráneo de sólo 50 plazas que es un discreto homenaje a la modernidad: un maravilloso espacio corrido de 16 metros, con luz meridional y sin pilares, horizontalmente limpio. Por desgracia, sólo lo disfrutan los altos cargos de la autonomía.
Un análisis para El Mundo.