Hace más de un cuarto de siglo, cuando todos éramos más jóvenes y probablemente más felices, en Sevilla existía la costumbre (indígena, por supuesto) de colocar todos los fines de semana en la calle Trajano a un guindilla –dícese del nombre cariñoso que reciben los agentes de la guardia municipal en Luces de Bohemia, la maravillosa obra de Valle Inclán– para impedir el acceso en coche al corazón de la ciudad. Nuestros costumbristas, tan amantes de las viejas fotos en sepia, nunca han elogiado lo suficiente semejante estampa, pero lo cierto es que tenía algo de marcial improvisación –la autoridad señalaba con el dedo la dirección de salida que debían adoptar los vehículos– que se ha perdido por completo. Casi nos entran ganas de componer una endecha al guindilla que perdimos, pero nos contendremos.
La Noria del sábado en El Mundo.
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