Agustín García Calvo escribió un libro, a trozos, en artículos de periódico, sobre la sociedad del bienestar, esa entelequia de fin de siglo que políticos, tecnócratas y adláteres a sueldo se han encargado de publicitar para justificar una política que llaman liberal sin serlo. La temática de este artículo no es, sin embargo, política. Su intención es crítica: pretende describir la forma, el estilo, el alma del libro, casi un opúsculo, del que fuera catedrático de Clásicas en la Hispalense. Uno se quedó sin conocer su magisterio por edad y porque en su etapa académica no existía ya la Facultad de Letras, rebautizada con el nombre de Filología. No importa demasiado: la forma nos conducirá al contenido.
La reflexión de García Calvo sobre el Sistema –escrito así, en mayúsculas, con la rotundidad de los conceptos aplastantes– no puede desvincularse de sus implicaciones sociales. Se trata de un texto extremadamente simple, casi artesanal. Sin el lastre de las ediciones lujosas. Funcional y sencillo. Una absoluta declaración inicial de principios: García Calvo pretende hablar claro. Escribe a la maneja sajona: combinando su capacidad analítica y con un enfoque doméstico. Sin alardes. Hubo un tiempo en el que algunos creían que cualquier juicio que partiera del viejo profesor, por lúcido que fuera, quedaba automáticamente invalidado por sus célebres cuitas con la Hacienda Pública. Todo lo contrario: una teoría no se sostiene porque el hombre que la defienda sea coherente en su vida, sino por estar sólidamente argumentada. Nada tienen que ver con la validez de un análisis los pecados del analista. Son sus razones las que nos convencen o no. Conviene pues diferenciar la personalidad de los hombres de sus ideas y los apellidos de las razones. García Calvo podía no ser ejemplar en su vida y sus tesis seguirían de pie.
“Voy a centrar mis ataques en el dinero, que se ha declarado, al fin, como la verdadera forma de poder”, declara. El libro reúne 25 andanadas contra el Sistema vigente, cuya transformación olvidaron los apóstoles del izquierdismo nada más tocar bola. La primera conclusión del ensayo es luminosa: tomamos conciencia de nuestro bienestar cada vez que la televisión nos muestra las hambrunas del mundo exterior, que ahora llegan al nuestro. Fuera de nuestro colchón todo parece caos. Esta es, según García Calvo, la primera mentira. Tras ella llegan las demás: medias verdades que, publicitadas y convertidas en auténticas mediante la reiteración, sustentan la creencia de que no existen alternativas.“Todo el management del Bienestar consiste en último término en la técnica del Sustituto (…) Lo que importa para el régimen de Bienestar es que la mayoría, y la mayoría de las veces, viva de sustitutos, tome los pisos por casas, llame a los plásticos telas, aspire a no pagarse un chófer ni un vagón de tren, sino a hacer él mismo ambas funciones”.
El ensayo describe todo un rosario de falsedades sociales cuyo epicentro es el dinero, idea bajo la cual la verdadera personalidad de las cosas desaparece y se transforma en dinero mismo, que hoy día es la única realidad, la realidad completa. De aquí se derivan las demás conclusiones: la empresa privada y el Estado son lo mismo –mismos intereses, idénticos procedimientos, funcionamiento similar–; los capitalistas y los políticos cumplen una función análoga y el cuento de que existe diferencia entre la res pública y la res privada se tiene por cierto. “Estado y Capital son la misma cosa, y sólo dos para disimular; lo mismo son los políticos y los banqueros. Y no hay Dios que distinga (o sólo Dios puede) entre los ejecutivos del Dios de la empresa y los del ministerio (o el sindicato). Lo uno y lo otro está movido y sostenido por lo mismo: la misma fe en el futuro, la misma idea, el mismo idealismo; esto es, la misma creencia de que dinero es la realidad de las realidades”.
Tal identidad lleva a García Calvo a definir la rentabilidad como el único valor que el Sistema acepta. Los demás (valores) son aniquilados, anulados. Los valores humanos, sentimentales y humanistas son desfigurados. “De lo que se trata es de la productividad, del rendimiento, del futuro; esto es, del dinero. Y ante esto tienen que agachar la cabeza y retirarse las cositas y los corazoncitos, no faltaba más”, ironiza. Según el filósofo zamorano, la noción de servicio público es una cáscara vacía. El capitalismo salmón decide que lo que es bueno para el movimiento de capitales lo es también para las personas. Una máxima que únicamente es correcta en la medida en la que el hombre se convierte en dinero. “Si quedan entre la gente algunos restos de demandas no dinerarias, de demandas concretas, sensuales, palpables; si queda algo de la gente que no sea el dinero, la verdad del presupuesto pierde pie y deja en entredicho el criterio de rentabilidad”.
García Calvo revela mediante el análisis del lenguaje –su especialidad– este proceso de prostitución mental. A su juicio, la obsesión del Sistema es que el hombre se identifique con el dinero, que todo su valor se juzgue merced al metal, que parece ser bendito. “No se trata de vender el trabajo de uno, sino de venderse uno mismo, de hacerse valor en el mercado, de ser uno numéricamente su propio capital y su propio interés”. Sobre esta idea giran los capítulos dedicados al marketing del nombre –la firma personal ya no es signo de autoría, sino la constatación de la autoventa– y al lenguaje de los ejecutivos. La revolución, según García Calvo, no es sino la decisión de mantener una postura crítica ante este uso del idioma. Es una revolución nominativa: consiste en mantener puro el lenguaje. El catedrático no se engaña: sabe que es casi imposible darle la vuelta a las cosas y evitar que el dinero siga controlando a la sociedad.
“No hacen falta bombas ni metrallas contra los frágiles muros de bancos y ministerios (…) basta con que un rumor de duda, un hálito de sospecha en las oficinas, en aquel pináculo de consorcios o en el de más allá, vaya cundiendo lo bastante para amenazar el descubrimiento del vacío del Dios del dinero. Para que rápidamente se resquebraje todo y se derrumbe un imperio que está fundado en el crédito, que es la fe en el dinero”. ¿No es justo esto lo que ha provocado la crisis? García Calvo predica un catecismo individual: el retorno a lo básico como forma de revuelta, a la manera de los estoicos, usando las mismas armas que el dinero: si éste usa las imágenes de hambrunas y desgracias para convencernos, hundidos en nuestros sillones, de nuestra suerte, nosotros deberíamos interpretarlas para darnos cuenta de la caricatura en la que vivimos. “El Estado del Bienestar se basa en la barbarie y el tormento. La verdadera revolución es la de los muertos que no quieren morir. Es la evidencia de que sigue latiendo, debajo del dominio, un corazón que dice no, sin importarle ni las órdenes de Dios ni las modas. No hay prisa: el pueblo tiene la ventaja de que, como no tiene que existir, no muere nunca”.
[Variaciones sobre un texto publicado en El Correo de Andalucía]
[3 de mayo de 1994]
Editorial Lucina dice
Hola Carlos,
muchas gracias por esta reseña y la viñeta. Enlazamos el post en nuestro blog, con permiso.
Salud