Los seres humanos somos criaturas hechas con materiales tan frágiles que, más que resultado de una selección de orden evolutivo, como acostumbra a pensarse, nos asemejamos al desenlace de los naufragios inesperados: los de aquellos que nos antecedieron en la línea (familiar) del tiempo. Quienes nos precedieron nos legaron sus genes, a veces sus bienes materiales y casi siempre sus apellidos; también prestaron ciertos gestos, expresiones, una determinada forma de sonreír o de enfrentarse al desconsuelo. No son los únicos que alimentaron esa olla en perpetua ebullición que es la vida. Están también los desconocidos que, durante un tiempo, dejan de serlo. Y los encuentros, las divergencias, las calamidades súbitas y compartidas. Shakespeare escribió que es la misma materia de la que están hechos los sueños la que nos constituye, pero la ceniza que seremos –pulvis eris et in pulverem reverteris, reza el ancestral memento de todas las cuaresmas– no coincide demasiado con el rastro que, detrás suyo, dejan las estrellas fugaces. Igual que la épica es un género literario procedente del pretérito, la existencia contemporánea, a pesar de todos los espejismos tecnológicos, se parece a un surco trazado sobre la vulgaridad, que a todos iguala.
Las Disidencias en Letra Global.
