En Álvaro Mutis (1923-2013), escritor colombiano de origen criollo y mexicano de adopción, confluyeron –digamos que felizmente– esa sucesión de paradojas vitales que alumbraron, hace ahora un siglo exacto, una forma de mestizaje que en lugar de limitarse a reunir en una única sangre todas las culturas que cohabitaron en la América hispánica construye una identidad nueva que ya no es por completo ni de un sitio ni de otro, sino de todas partes a la vez y de ninguna. No existen demasiados casos similares en la literatura latinoamericana, que hasta la hora (milagrosa) del Modernismo no consiguió liberarse de la tendencia regionalista o indigenista –según el caso y el lugar– y que, a comienzos de los años sesenta, después de la revolución cubana, cuando comenzaría a ser valorada internacionalmente, lo hizo volviendo a tocar –aunque con una afinación distinta– la ancestral melodía de sus raíces culturales. Mutis, coetáneo de los escritores del boom, especialmente de García Márquez, con el que compartió amistad y agencia literaria, eligió una carta de navegación diferente. Su singladura no es grupal, sino un acto solitario. El navío es la poesía, un género menos popular y más complejo que la narrativa. Lo mismo que Borges y Onetti, escritores australes que no necesitaron del anclaje a un territorio, aunque ambos nacieran en una geografía concreta y trabajaran desde de ella, Mutis es un músico verbal que toca un contrapunto inesperado y que tiene tendencia al arte de la fuga.
Las Disidencias en La Lectura.