El ser humano nació rindiendo culto religioso a la naturaleza –la magnificencia del sol, la inmensidad del mar, la altura de una montaña– y ha terminado, de momento, haciéndose selfies hasta en el cuarto de baño. Visto desde un punto de vista histórico, da la impresión de que el progreso, en vez de ser una línea recta, como creían los ilustrados, es un sendero con dos caminos antagónicos que se bifurcan. Mientras más avanzada y asombrosa es la tecnología, más ignorantes se están volviendo importantes capas de la población occidental. Justo cuando la cultura es más democrática, accesible y está al alcance de todos que nunca. Suecia anunció hace unos días que va a frenar la inmersión digital en los colegios porque el nivel de lectura de sus escolares se ha desplomado en los últimos siete años. Su receta para combatir este hundimiento súbito de la comprensión lectora –la única puerta que da acceso al verdadero conocimiento– es regresar de nuevo a los libros de textos tradicionales. En papel. Impresos. Ya saben: aquellos volúmenes llenos de letras y párrafos que, a lo sumo, incluían algunas ilustraciones e imágenes. Pura e infalible arqueología editorial.
Los Aguafuertes en Crónica Global.