La autoficción, en términos literarios, se asemeja mucho a lo que desde un punto de vista geográfico es una marisma: un espacio de transición que no es por completo un medio terrestre ni tampoco tiene la naturaleza propia de un espacio lacustre. Si el diablo está en los detalles, la fascinación habita en la indefinición oscilante de las cosas y los seres que parecen ser de una manera pero, según cómo las interpretemos, pueden encarnar otra. El significado del término autoficción, de hecho, no está claro ni delimitado, cosa llamativa si tenemos en cuenta que su génesis –desde el punto de vista teórico– se remonta a hace casi medio siglo, desde que Julien Serge Doubrovsky, escritor y académico francés, publicase Fils (1977), la obra inaugural del género, si dejamos de lado los antecedentes donde podemos encontrar el polen de todas estas literaturas del espejo, a medio camino entre la ficción y la autobiografía. Esta rara flor literaria, consecuencia de un acto de hibridación, y por tanto con los atributos de un producto de laboratorio, es una creación característica de su momentum.
Las Disidencias en The Objective.