A pesar de su arbitrariedad, los números redondos todavía conservan una notable capacidad de fascinación. Expresan cantidades memorables –los múltiplos de diez– que asociamos con la buena suerte y nos sirven, indistintamente, para cálculos mentales rápidos o para establecer comparativas de orden relativo. Aunque lo que en términos matemáticos es exacto puede no serlo necesariamente en el ámbito artístico, donde la perfección excesiva, a veces, es la antítesis misma de la autenticidad. Con los números redondos sucede además algo similar a un desfondamiento: si no logramos conquistar estas cifras mágicas con las que, entre otras cosas, contamos los años y el tiempo que nos queda de vida, así como el dinero que hemos perdido o las fortunas que un día lejano aspiramos a ganar, todos nuestros esfuerzos por conquistar el alto trono de los guarismos exactos se tornan estériles. No nos sirven de nada. Julio Ramón Ribeyro (1929-1994) estuvo en vida muy cerca de cruzar el Rubicón del centenar de cuentos, todos escritos entre sus años en el Perú y su largo exilio en París, pero la desventura quiso que no terminase de llegar a la meta. Se murió casi en la orilla.
Las Disidencias en The Objective.