Lo recogió Marino Gómez-Santos, uno de los más esforzados biógrafos de la literatura española, en su famoso libro de aventuras sobre César González-Ruano –Ruano en blanco y negro –Clipper, 1958; Renacimiento, 2020– y lo repite Javier Varela en su biografía: La vida deprisa (Fundación Lara). El articulista madrileño, siendo aún un perfecto desconocido, un día irrumpió en el Ateneo de la capital con el pelo teñido de colores y, en un acto literario, proclamó a gritos ante la audiencia allí congregada que el Quijote –el mejor libro que vieron los tiempos pasados y verán los venideros– es una bobada y Cervantes un perfecto impostor. El escándalo fue de tal magnitud que, al día siguiente, el episodio apareció en los periódicos. Titular: “A González no le gusta Cervantes”. El que años después sería el gran articulista de su época deja automáticamente dejó ser un desconocido y, sin haber escrito todavía nada memorable, pasó a ser el enfant terrible del momento. El gesto precede al artista, que simula serlo merced al teatro, más que a la escritura. Ruano, cuya prosa tiene el atractivo de la levedad extrema, deslumbró a sus iguales e inspiró a imitadores –el más célebre, sin duda, fue Umbral–, pero fue incapaz en toda su vida, no exenta de canalladas, de hacer un libro como Dios manda, a excepción de su ensayo impresionista sobre Baudelaire.
Las Disidencias en Letra Global.

