La tradición literaria, reducida a su última esencia, no es más que una larga conversación entre los vivos y los muertos. Un diálogo que no termina jamás, pues a quienes tenemos la suerte de respirar nos sucederán, nos guste o nos disguste (¡nada es para siempre, muchachos!), aquellos que ahora ni siquiera han nacido. De ahí que quienes pretendan mantenerse al margen de esta cadena infalible hagan –al menos en literatura– el ridículo, igual que los ilusos que creen poder anular los condicionantes biológicos: somos un cuerpo gobernado por un cerebro. Cuando el segundo falla, el primero se torna inservible y, en ese momento, estamos muertos, aunque nuestros órganos continúen activos sin nuestro permiso. De este rito de discutir con los difuntos, como dijera Quevedo en un verso memorable, existen muchos métodos contrapuestos.
Las Disidencias en Letra Global.