Lo único seguro de las inminentes elecciones catalanas, que este domingo inclinarán el tablero político español en un sentido o en otro, es que, sobre el generoso terciopelo de los palacios de gobierno concernidos, este 13M veremos muchos más difuntos (políticos) que de costumbre. Los duelos son así desde el comienzo de los tiempos. Cada cita electoral, igual que sucede en las guerras, arroja ante nuestros ojos ese espectáculo (tan pedagógico) de ver cómo gestionan la fortuna tanto los vencedores como los vencidos. Los primeros tienden a ocultar que –en el fondo– son los primeros sorprendidos de su éxito, como le sucede a los grandes impostores; los segundos mantienen viva esa vieja obstinación que consiste en negar la evidencia. “Hemos mejorado”. “Seguiremos trabajando”. Frases que no sirven de nada. El dictamen de los ciudadanos, por supuesto, no decide demasiado, salvo las cartas de la baraja con la que los partidos políticos jugarán el envite de las posteriores componendas, inequívocamente fenicias. Los recuentos electorales poseen, en cualquier caso, una eficacia colosal en términos morales, por decirlo a la manera de Josep Pla.
Los Aguafuertes en Crónica Global.