Si el estado de ánimo de un hombre equivale, a efectos prácticos, a su destino, porque existir, tanto como respirar, es sentir, no caben muchas dudas de que el acuerdo entre el PSC y los partidos independentistas para articular un hipotético concierto catalán –la financiación singular, según el eufemismo más exitoso– no ha dejado, ni puede dejar satisfecho, a nadie. Desde luego, no a quienes aseguran que van a combatirlo con todas sus fuerzas, aunque éstas sean políticamente escasas; tampoco a aquellos que lo interpretan como un asunto difuso, más formal que real, sin calendario definido, carente de mayorías seguras e insuficiente para sus pretensiones. En esta divergencia, en esencia, está el problema: las guerras no se inician cuando uno de los dos bandos en liza se siente moderadamente satisfecho.
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