Las divergencias de fondo entre los gobiernos autonómicos de Catalunya y Andalucía, dos regiones vinculadas por estrechos lazos culturales y por la rotunda historia de la emigración meridional, esencial para la prosperidad industrial del Noreste de España, no se limitan a la cuestión (política) de la financiación, donde colisionan una supuesta singularidad con la cohesión territorial y social. Se extienden también a lo geográfico. Mientras Salvador Illa viaja a China, la antigua Catay, encabezando una delegación del Govern, Moreno Bonilla ponía a su vez rumbo a Cipango, la mítica isla de Japón que, en tiempos medievales, representó la utopía de un reino lleno de riqueza, oro y especias. ¿Casualidad? No lo parece. Las embajadas de los presidentes de Andalucía y Catalunya buscan lo mismo: explorar mercados alternativos a Estados Unidos tras la guerra comercial abierta por Trump con su agresiva política de aranceles.
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