En uno de sus magníficos Discursos de sobremesa, Nicanor Parra, el poeta, matemático y físico chileno, hermano de la Violeta y Premio Cervantes, padre de la antipoesía, declaró ante la insigne audiencia académica que le honraba con la concesión del Premio Luis Oyarzún –“aunque no vengo preparrado” (sic)– que en esta vida los galardones y homenajes son “para los espíritus libres / y para los amigos del jurado. // Chanfle / No contaban con mi astucia”. El auditorio estalló en risas ante la ocurrencia, sin reparar en que el autor de Versos de salón estaba poniendo en cuestión ante ellos mismos su legitimidad para otorgarle ese reconocimiento público. Los premios en Sevilla, donde la costumbre rige desde antiguo, se conceden siempre a mayor gloria del jurado. Al premiado sólo le queda resignarse a ser un actor secundario y pensar, por supuesto sin decirlo nunca, aquello que escribió Thomas Bernhard: “¿Que si los premios son un honor? En absoluto. Son la mayor humillación que cabe imaginarse”.
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