Gil de Biedma era un tipo extraño: se hacía preguntas en un país más bien dado a las proclamas identitarias y solía matizar mucho sus opiniones en lugar de lanzarlas, como cuchillos, en dirección a la yugular del interlocutor. Ambas cosas, unidas a algunos excelentes poemas y a su leyenda de homosexual y noctámbulo, ejecutivo de una compañía de tabacos en horario diurno, hicieron lo necesario para situarlo entre los mejores escritores en español de la segunda mitad del pasado siglo. Su obra, que una parte de la crítica sitúa como antecedente de la llamada poesía de la experiencia, aunque algunos de sus más significados nombres dejaran de tenerlas hace tiempo, es sin embargo un monumento –anómalo dentro de la tradición española– al prosaísmo poético, en este caso en su variante más elegante.
Letra Global
Unamuno, un ‘punk’ contra el nacionalismo
Unamuno y el tiempo nunca se entendieron bien. Probablemente porque el escritor vasco, famoso por el hondo sentimiento de angustia que tenía ante la muerte, que no es más que las horas detenidas, el tiempo sin tiempo que a todos nos alcanza, era demasiado rotundo para entender la relatividad inherente a este concepto. El estilo literario de Unamuno, hijo de la retórica del español de entre siglos, no ha envejecido excesivamente bien. Sobre todo en comparación con algunos de sus coetáneos, como Baroja, que pese a sus críticos ha sido quien mejor ha soportado los castigos del calendario. La antirretórica, atributo del estilo barojiano, es el mejor conservante literario que existe. Y Unamuno, igual que Ortega y Gasset y otros titanes de lo que antes se conocía como pensamiento español, es retórica, divulgación rotunda, personalidad y categoría. Sus ideas, en cambio, se han conservado mejor que su prosa. Especialmente en lo que se refiere a la crisis española del 98, con la que la España actual puede establecer diversas analogías que, como tales, nunca son totalmente exactas.
[Leer más…] acerca de Unamuno, un ‘punk’ contra el nacionalismo
La torre y el vigía
Sucedió en 1967. El día sexto del mes de noviembre. Hace ahora cincuenta años. Medio siglo justo. Lugar: el estudio A que Columbia tiene en la ciudad de Nashville (Tennessee), la capital de la música country & westernnorteamericana. Bob Dylan entró allí con el único apoyo de su guitarra y su armónica, sin más acompañamiento musical que una discreta base rítmica de bajo y una batería primitiva que casi parece estar improvisando, y grabó con apenas tres músicos más (Charlie McCoy, Kenny Buttrey y Pete Drake) cuatro estrofas –las dos primeras de cuatro versos, las dos últimas de dos líneas–, con rima consonante, donde se cuenta la misteriosa historia de un bufón, un ladrón y una enigmática torre vigía en un poema enunciado al ritmo de una progresión de tres acordes básicos de guitarra, una cadencia replicada después por el guitarrista Jimmy Page en Stairway to Heaven.
El retablo del desengaño
La sátira es la invención de un cínico: Menipo de Gandara, un tipo de cuya vida se sabe poco o nada y cuya biografía oficial responde más a la imaginación que a los hechos ciertos. Según las referencias, no siempre fiables, de los cronistas clásicos, fue un esclavo liberto que se enriqueció gracias a la usura y terminó suicidándose tras perder su fortuna, cosechada mediante el sacrificio de los demás. Fue también uno de los más desinhibidos hibridistas de su época: en sus violentas diatribas morales mezclaba sin problemas la prosa con el verso, lo trágico y lo risible, lo bello y lo vulgar. Velázquez lo pintó, muchos siglos más tarde, vestido como un mendigo con cara de truhán, embozado en una capa anacrónica, con la nariz de un borrachín y esa expresión de relatividad de quien sabe –porque lo ha vivido en sus carnes– que la vida no es más que una sucesión de aspiraciones pasajeras y que hasta los mayores señores del orbe son capaces de pedir fiado, como pordioseros, para costearse sus vicios.
Eagleton: formas de leer el caos
“Las teorías van y vienen; pero lo único que persiste es la injusticia”. Terry Eagleton (Salford, Lancashire, 1943) está considerado uno de los pensadores más interesantes de nuestro tiempo. Todo un elogio para un intelectual calificado por algunos como neomarxista. Sus enemigos lo sitúan, con insistencia sospechosa, dentro de la filosofía radical, aunque sus fuentes vitales son básicamente pacíficas: sus experiencias personales como miembro de una humilde familia de inmigrantes en el territorio obrero del Gran Manchester. Las influencias sentimentales, en cambio, lo aproximan al cristianismo humanista, herencia quizás de sus ancestros irlandeses. Uno diría que Eagleton, además de todo esto, es también otra cosa: la muestra más patente de que los antiguos valores republicanos –cívicos más que políticos– son una excelente guía para poder diagnosticar los males de nuestra sociedad, aunque no garanticen siempre el éxito a la hora de tratar de ponerles remedio.