No existe sueño más demencial que fundar una revista de poesía, ese arte para minorías cuyo único alimento, siempre magro, es el espíritu. Y, sin embargo, nada hay más emocionante, sobre todo para un viejo escritor de periódicos, que ver compuesto, ordenado y editado el caos de originales, ideas y ocurrencias que forman el cuerpo de una publicación. Para un periodista un día sin escribir es un día en blanco. Una jornada sin publicar parece una tragedia. Éste, y no otro, es nuestro delirio. Por lo general, a nuestro pesar. En unos tiempos en los que el papel retrocede ante el firme impulso de lo digital, que es el nuevo ecosistema dominante, editar una revista de papel, excelentemente impresa, coronada con ilustraciones y pinturas, cocinada a la antigua usanza –con la pauta serena de los clásicos– parece una utopía. Pero todavía existen quienes se dedican a este oficio de perder el tiempo agavillando papeles, que en realidad es ganarlo porque no hay hora del día mejor empleada que aquella que dedicamos a lo que realmente nos hace felices. El arte de lo inútil, a veces, crea monumentos prodigiosos.
Las Disidencias del domingo en Letra Global.
Deja una respuesta