“Cuando yo vine a España (entré por el Norte, como hacen los invasores) me dijeron: “Sí, el Norte es fuerte y rico. Por lo mismo, sus inquietudes sociales no están en el corazón de España. Cuando las inquietudes cundan al Sur, cuando sepa que Andalucía reclama, échese a temblar”. Hace un siglo y un lustro –en 1919– aparecía en El Heraldo de México un artículo, firmado por Alfonso Reyes, con un título provocador –‘La Andalucía eficaz’– en el que el padre de la prosa mexicana sentenciaba: “Los andaluces son hombres de una eficacia incalculable: no hay uno de cuantos conozco que no sea el primero en su mundo”. No es ironía. Ocho años antes de que Ortega y Gasset acuñase la desafortunada tesis del ideal vegetativo de la España meridional, su equivalente iberoamericano, bebiendo en los libros de Azorín, anunciaba que la Andalucía pintoresca había sido vencida “por los estragos del tiempo” y descubría “que los abigarrados muñecos de la feria no son muñecos, sino hombres. ¡Andalucía sufre y llora, y no lo sabíamos!”. Es el retrato del Sur amargo del primer tercio del pasado siglo: una sociedad de cultura agraria, encadenada a la tierra y gobernada por instituciones de raíz medieval: los latifundios. Sin industria. Sin prosperidad. Con hambre, paro y sin porvenir.
Las Tribunas de El Mundo.