“BUSQUE ACÁ en qué se le haga merced”. La respuesta que el Consejo de Indias envió a Miguel de Cervantes, recién rescatado de su cautiverio en Argel, para denegarle su petición de marcharse a América, ilumina, gracias a la magia de las analogías, las razones que han guiado a la mayoría de los magistrados del Tribunal Constitucional en la desactivación in extremis de la sentencia del caso ERE, el ejemplo más alto –por seguir con los símiles cervantinos– de corrupción que vieron los siglos pasados y verán los venideros en Andalucía. Del ejemplo cervantino se desprende ya una primera conclusión: hacer merced no equivale a hacer justicia. La decisión del Constitucional, que se erige a sí mismo como tribunal de casación, abriendo un inquietante precedente en relación al Supremo, es una gran merced, pero no un acto cabal de justicia. Dicho lo cual, hay que admitir que la mayoría del TC es coherente con el relato del PSOE sobre este caso, aunque sea en términos irónicos: el punto y final de una trama de clientelismo político, tras trece años de instrucción dirigida por tres magistrados diferentes, cosa que acostumbra a obviarse, y avalada sin excepción por las instancias judiciales que han revisado el asunto, no podía resolverse al gusto de los condenados más que con un desenlace de naturaleza homónima.
Las Tribunas de El Mundo.