El destino más terrible para un escritor no es la falta de lectores o el olvido que un día todos seremos. De ambas cosas puede uno salvarse, incluso después de muerto, si se dan determinadas circunstancias y la Fortuna, esa cruz sin caridad, decide regalarnos una prórroga bajo la forma de la memoria ajena. De lo que no puede huir ningún autor es de que los demás y sus lectores lo conviertan en un lugar común. En un rostro replicado hasta el infinito sobre el fondo de un lienzo inmóvil. A este Purgatorio, preámbulo del temido Infierno, conducen siempre las viudas, ciertos viudos profesionales, la adoración sentimental, las modas y, por supuesto, las funestas maledicencias, convertidas ya en unas de las instituciones de censura más activas de nuestro tiempo. En esta situación está desde su muerte Louis-Ferdinand Auguste Destouches (1894-1961), más conocido como Céline, que fue uno de los apellidos de su abuela, después de su madre y, finalmente, el indiscutiblemente suyo.
Las Disidencias en Letra Global.
